Pablo O'Higgins
- Sofía Olmos
- 13 may 2017
- 3 Min. de lectura
Pablo O’Higgins nació el 1 de marzo de 1904 en Salt Lake City, Utah.
Durante su infancia viajó constantemente con su familia a San Diego, donde su padre tenía un pequeño rancho, y trabó amistad con algunas familias mexicanas, lo que le permitió aprender el idioma español. Ingresó a la Academia de Artes en San Diego donde conoció a Miguel Foncerrada, oriundo de México, con quien compartió estudio.
En 1924 se trasladó a la casa de Foncerrada y hasta ahí su madre le hizo llegar un ejemplar de la revista The Arts, en la cual aparecían imágenes del mural La Creación, que Diego Rivera plasmó en la Escuela Nacional Preparatoria. Impresionado por las nuevas formas pictóricas escribió a Rivera para felicitarlo por hacer algo tan diferente a la pintura europea. Rivera le contestó invitándolo a viajar a México a donde llegó en 1924.
Se desempeñó como ayudante de Diego Rivera en los murales de la Secretaría de Educación Pública y en la Escuela de Agricultura de Chapingo. Participó en las misiones educativas de José Vasconcelos y en sus viajes observaba con ojos ávidos la vida del campo y la ciudad. Rentó un pequeño lugar que servía de casa-estudio, en el cual se daban cita los más diversos personajes nacionales y extranjeros: campesinos recién emigrados que necesitaban un techo para guarecerse, o bien, Serguéi Eisenstein, el director de cine ruso, en la época en que filmó parte de su inacabado proyecto ¡Que viva México! De sus experiencias y cercanía a la situación social y económica de las personas que iba conociendo, se formó una visión del contexto mexicano que le sirvió como tema en su obra. Se sumó a las iniciativas de arte como la fundación de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (lear) y el Taller de Gráfica Popular (tgp), además de integrarse al Partido Comunista Mexicano (pcm). Se desarrolló como pintor de caballete, muralista y grabador. Entre sus murales se encuentran los que realizó en el mercado Abelardo L. Rodríguez, los que pintó para las escuelas Emiliano Zapata y Estado de Michoacán. La lucha en contra de la discriminación racial, en el Sindicato de Limpiadores de Quillas de Barcos de Seatle, Washington, EUA. La solidaridad entre los miembros de la ILWU, en el edificio de la Unión Internacional de Estibadores de Honolulu, Hawai. Boda indígena, Paisaje Tarahumara y Dios del Fuego, en el Museo Nacional de Antropología, entre otros. Realizó varias exposiciones individuales en México y en el extranjero, impartió clases de dibujo, pintura mural y grabado. En un viaje que realizó a Monterrey conoció a María de Jesús de la Fuente, con quien contrajo matrimonio. En 1961 se le otorgó la nacionalidad mexicana con carácter de privilegiada, “por haber realizado una labor de notorio beneficio social y contribución al fomento de la cultura en México”.
Como grabador se desempeñó activamente en el tgp, ilustrando carteles y propaganda donde se expresaba la ideología social y política de los miembros del Taller y los sindicatos de obreros y campesinos. A la vez que plasmó en grabados independientes una mirada sobre México, en sus litografías encontramos la cercanía que mantuvo desde su llegada a México con sus pobladores, obreros, campesinos e indígenas; mujeres, niños y hombres desempeñando sus labores o en un momento de descanso. Por su inmediatez y facilidad de reproducción, la gráfica se convirtió en el medio para expresarse masivamente y comunicar su pensamiento y reflexión.
Falleció el 16 de julio de 1983, en la ciudad de México, fue velado en el vestíbulo del Palacio de Bellas Artes y sus restos depositados en el panteón de Rayones en Nuevo León.

En El Museo Dolores Olmedo:
La colección de grabados de Pablo O’Higgins del Museo Dolores Olmedo, nos permite conocer algunos de los temas que ocuparon la mente del artista. Los desposeídos, los olvidados, los amigos, el trabajo urbano y rural, el paisaje mexicano e incluso María, su esposa, aparecen retratados en estas 30 litografías que, por azares del destino, permanecieron en el anonimato de una biblioteca por más de ocho años.
Quizá durante todo este tiempo—vale la pena decir que han transcurrido diecisiete años desde que Dolores Olmedo adquirió las litografías—, la única persona que recordaba y sabía de la existencia de esa colección en manos de “Lola” fue justo María O’Higgins, la eterna promotora de Pablo, quien, nos trajo a cuenta una anécdota: “El día que la fui a visitar, me recibió en su recámara y extendió sobre su cama las litografías. Después mandó llamar a alguien de su equipo de trabajo para que las viera; esa persona argumentó que el museo no tenía dinero para hacer la adquisición. Sonriendo, Lola pidió su chequera personal y me las compró”.
Dolores Olmedo guardó para sí esta colección, entregándola en resguardo a sus bibliotecarios, quienes la clasificaron como uno más de sus libros. Así permanecería hasta el día de su muerte, cuando una segunda donación, realizada a través sus hijos, engrosó el patrimonio del Museo.
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